Sunday, October 14, 2007

Postcards from Paris: Je ne t'aime plus

Me despides. Tu beso insípido apresura todo. Tomo mis maletas y doy la vuelta. Tú corres. El estacionamiento siempre es caro en los aeropuertos.

Te arrepientes y vuelves y gritas “te amo”, pero estoy más cerca del Sena que de tu voz. No me detengo. Me he dado cuenta: je ne t’aime plus, mon amour.

El vuelo es sereno gracias al tinto. El sueño es cálido y profundo si se adereza con vino. Me voy de tu lado, lo sabes. Aunque regrese en unos cuantos días, no volveré.

K. me espera en la Ópera. Mi francés es malo. Tomo el bus desde el Charles De Gaulle. La encuentro buscándome, con su cabello revuelto y su mascada floreada, fijándose en todos sin darse cuenta de mi. Me lleva a su casa en Asnières y hablamos y mientras me dice todo lo que ya sé, preparo la cena porque ella es un desastre en la cocina. Dice que le gusta y le cuento que es una receta tuya, que eres un chef nato, pero que no te quiero volver a ver. Ella no responde y algo en su silencio me castiga.

Las noches de París son buen cliché. Hay vino y jazz y decadencia. Vamos al bar donde K. va cada semana y la saludan y le hablan bien de mi y todos creen que soy egipicia y en mi pésimo francés aclaro que je suis mexicaine. Pide un vino rosado que a mi no me hace gracia, pero veo que lo disfruta y tengo que rendirme y tomarlo y al final hasta me parece que es bueno y pedimos más y más y se hace tarde para tomar el noctilien y entonces caminamos y caminamos y caminamos.

Es una noche fría y yo duermo pensando en ti y en la banda de mexicanos que encontramos K. y yo en Saint Michel y que nos avergonzaron al hacernos cantar frente a todos, pero que luego tocaron covers de Pink Floyd y, oh no, how I wish, how I wish you were here…

*
K. se levanta primero y me prepara un desayuno. Incluso el cereal le queda malo. Si no lo ofreciera con esa sonrisa, le voltearía el plato en la cara. Pero nadie, nadie en el mundo se resiste a su hechizo y ella lo sabe y por eso no se esfuerza de más. Debe irse y hacer los cientos de trámites que siempre dice que debe hacer. No importa en qué parte del mundo esté, ella debe arreglar no sé qué papeles. Me deja sola con tanta ciudad. Sola con tanto por descubrir. Sola sin su risa y con todos mis recuerdos. Con mi breve y ridícula nostalgia de ti.

El aire me corta la cara y eso me gusta. Pienso en ti, en lo nuestro y pienso, de pronto, en JB, que prometió seguirme. Jamás compró un boleto, pero il entre dans mon coeur. Se inmiscuyó en cada uno de mis pensamientos y yo lo odié más de lo que ya lo odiaba. Y me acuerdo de lo bien que bien me sentía luego de dejarlo callado en alguna discusión y cómo se me erizaba la piel cuando él ganaba y entonces, a pesar de despreciarlo por defender barbaridades, me daban ganas de besarlo y tirarlo sobre el escritorio y morderlo y gritarle cuánto amaba que tuviera la razón. Pero no lo hacía nunca y me juré hacerlo al volver.

Lo odiaste desde la primera vez que lo viste y no era para menos. Su violencia y su arrogancia te intimidaban. No sabías que sólo tu presencia lo minimizaba tanto que esa imagen suya era más bien maquillaje para impresionarte. Conmigo peleaba, si, pero era dulce a veces y ahora, desde aquí, a tantos kilómetros de distancia, siento su abrazo y sus palabras bajas que, en tu ausencia, me hacían ver la vie en rose.

**
Estoy tan deliciosamente sola que el silencio de los muertos en el Père Lachaise me reconforta. Luego lo hace el ruido de los cafés, el pasar de los autos, el sonido lejano de un acordeón. La noche que cae luego de una caminata larga y una promesa de mil nuit’s d’amour que no sé si llegarán. Y eso me hace pensar en Casablanca y en que si, siempre nos quedará París.

Y llego a Montmartre y las luces de los bares me invitan a entrar y todos esos chicos turcos se turnan para invitarme un trago. Y acepto todos porque no tengo nada mejor que hacer y vamos de un lugar a otro hasta que algo me detiene en seco y el corazón me da mil vuelcos sin que pueda detenerlo. Las lágrimas se me escapan sin control y ellos se asustan y no entienden que es de nuevo esa maldita canción que taladra mis cielos azules y los convierte en dolor. Es la música que se burla de mi, que me recuerda que a pesar de todo y por más que me aleje, este mundo es una gran pecera donde sólo nadamos tú y yo. Y es que cuando la vida se empeña en aclararte algo, todo te sigue y aquí estoy, frente a la misma banda que la noche anterior estaba del otro lado de la ciudad para enseñarme que aquí los déjà vu son imperativos y que si he caminado tanto para llegar a un punto donde ya estuve, más me vale renunciar a mi paranoia. Y esta noche —fría, mágica, decadente— veo que he huido y descubierto que escapar sólo sirve para encontrar lo que somos y no nos atrevíamos a ver.

Los turcos tocan mi hombro, se alejan poco a poco y me dejan llorar tranquila, escuchando esos acordes como una revelación, una epifanía que purifica. Embriaguez. Beatitud. Las coincidencias que no existen.

Y tú estarás frente a lo mismo ahora.
And what have you found?: The same old fears.

Wish you were here.

[je ne t’aime plus, manu chao. la vie en rose, edith piaf. wish you were here, pink floyd]

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